Por Polibio Collado
Algunos pueblos y algunas nacionalidades están destinadas a no ser naciones del todo. Siendo evidente que, a pesar del hecho de su asociación histórica y del deseo de formar una nación, no toda cohesión social tiene los criterios actuales de condición de nación potencial.
Porque cuando prescindimos de los sentimientos subjetivos de la nacionalidad interesada, o de las simpatías del observador, depende de que pudiera demostrarse si encaja en la evolución y el progreso histórico que los fomenta a través de la escala en que funcione su economía.
Solo en la medida en que aceptara la condición de subordinada de alguna unidad mayor podría convertirse en depositaria de nostalgia y otros sentimientos. Como lo expresa Eric Hobsbawm en su ensayo sobre naciones y nacionalismos.
Observo así, la realidad de nuestro vecino Haití, que, al no tener la alfabetización necesaria, los campesinos y el pueblo llano se inclinan a interpretar las palabras de su elite gobernante a manera que estos armonicen con su propia forma de pensar. Desvirtuando los símbolos, las fortalezas y los valores, logrando que estos carezcan del derecho y la libertad del verdadero ciudadano.
Se sabe que la negritud es un sentimiento que existe realmente, no solo entre los intelectuales y las elites negras de Haití, sino también donde quiera que su pueblo está reunido, inclusive aquí en República Dominicana, donde se sienten fortalecidos por nuestra hospitalidad y ante nuestra asequible permisividad ante la laboriosidad de su gente que en los últimos 100 años nos han complementado en áreas específicas de orden laboral.
La conciencia de color Puede ser un factor político, como lo ejemplarizo la leyenda de macandal, símbolo e hito de su primigenia historia, pero no ha producido ni un solo Estado estable, que no se balcanice, como sucede actualmente en Haití, ante la voraz indiferencia de sus elites, creadores de actitudes complejas y sumamente opacas, que sus masas asumen tras el diseño irresponsable ante sus deseos desenfrenados que devoran, de ante mano, las posibilidades de formar una cohesión que los encamine hacia un futuro donde su economía y salubridad los haga sentirse dignos de su historia imperial.
La nación como entidad social pertenece a un periodo concreto y reciente desde el punto de vista histórico. El problema que caracteriza a la clase dominante haitiana es que prefiere que su pueblo llano viva de espalda a la realidad existente, viva en ese pasado glorioso que dejo de ser hace unos 175 años, transportándolo de manera imaginaria para que esos recuerdos permanezcan encendidos en su memoria colectiva y así poder activarlos convenientemente.
La obligación de las elites haitianas es canalizar sus necesidades y suavizar sus problemas, defendiendo su fe, no traicionándolos y usándolos a criterio personal, para solventar sus egos de clase y apegos económicos, propios del mercantilismo antiguo de las fortunas primigenias de los estados nación de los siglos XVIII y XIX. Proceso en el cual ellos fueron forjados a sangre y espada.
El pueblo haitiano, Tampoco ha resistido la atracción real que los formó cuando eran colonia europea, ni luego de ser ocupados por Estados Unidos de Norte América. Donde bebieron y absorbieron, por ósmosis, los criterios necesarios para reencausar su camino a la estabilización social y organizativa para ser hoy una pequeña nación plausible de aceptación internacional.
La característica básica de la nación moderna y todo lo relacionado con ella es su modernidad; mas Haití ha quedado encallado en su pasado mítico, de ascendencia africana, con costumbres bárbaras, como la promiscuidad y sus instintos explosivos de violencia primaria; No teniendo capacidad económica ni disciplina organizativa para sostener su proyecto de nación.
Podemos ver las incongruencias de los paladines organizadores del nacionalismo haitiano, frente a su Nación vecina, a la pertenecemos nosotros los dominicanos. Queriendo renacer como Nación, a costa de aplastarnos o desprestigiarnos, en los conclaves internacionales, con sus eficientes relaciones internacionales y su capacidad de mentir y desvirtuar la realidad.
Su accionar consiste, como lo expresa el sociólogo Polaco Sigmund Bauman, en victimizarse hasta la saciedad para vender a su pueblo desprotegido, ejecutando juegos lingüísticos, palabras huecas y retoricas vacías que representan una tiranía de la superficialidad, que equivale a una ética sin moral.
Así cobran migajas sociales de donaciones internacionales, que son el alimento perfecto para captar sus coimas (como expresaba Joaquín Balaguer), y deshacer o diluir esas entradas, manejando de manera egoísta furtiva, los fondos entrantes, repartiéndose el pastel que los motiva y estimula ante esa niebla que los envuelve, convirtiéndolos de manera sistemática en lo forjado hoy día.
Cuando disfrazadas de genuinas voces que no dejan margen alguno a la posibilidad de construir alternativas como, por ejemplo, hoy en día prefieren que su pueblo no coma o coma más caro, preferiblemente hasta la inanición o la muerte, y que no dispongan de los alimentos baratos ofertados desde nuestro país, supuestamente por un orgullo nacional inexistente, liquido, indiferente, amoral y por demás acomodaticio a sus intereses económicos.
Otorgándole la última palabra a la realidad, los seductores del poder haitiano van aparejados con la capacidad de desentenderse de la calidad de vida de su pueblo y sin embargo, no quiere prescindir de este, porque lo utiliza como anzuelo en caña de pescar, y así lograr sus objetivos, despojando al haitiano común de sus sueños, sus proyectos alternativos y sus poderes para disentir.