Nos recibió contenta. A Lisbeth le brillaba la mirada y a la primera pregunta respondió con una genuina emoción que entre la narración de sus recuerdos se fue apagando.
Decir: “nunca celebro la navidad porque no tengo cómo”, llevó en segundos al llanto de la joven de 23 años que intentó durante un largo rato parecer fuerte, mientras relató como las elaboradas cenas del 24 de diciembre pasaron a ser historia desde que se convirtió en madre soltera de un niño con condiciones especiales.
Sucede que hace seis años desde que llegó de la provincia de Elías Piñas a la capital, con su bebe de siete meses a rastro y con la entera intención de conseguir un trabajo, sin embargo, debido a la inexperiencia, Lisbeth Zabala contó que le resultó una absoluta sorpresa cuando la tía con la que había venido a quedarse solo hizo ver el gran tamaño de la cabeza de su niño para deducir que debía padecer alguna condición especial.
“Yo llegué aquí a trabajar, pero yo no sabía que el niño tenía un tumor hidrocefálico. Yo no conocía ese caso de los niños especiales ni nada, yo nunca había visto nada de eso”, explicó quien, junto a sus dos niños, una segunda de dos años, sobrevive de la caridad.
Un camino de travesías
En el calendario de su vida está marcada y resaltada la fecha “6 de diciembre de 2017”, cuando recibió el resultado clínico que la arrojó al vacío y, que si de por sí su hijo ya había sido rechazado por quien se supone que es su padre, el aparente malestar se multiplicó cuando estableció que “ese niño no sirve” y, aunque su madre continúa presente, el definitivamente no forma parte de su crecimiento.
La naturalidad con la que la señorita Zabala habla de las veces en la que su dignidad fue mancillada podría hacer creer a cualquiera que los golpes no duelen, aunque bastaba con ver su expresión triste y ojos llorosos para tratar de ponerse en su lugar.
Llegó a Santo Domingo buscando un mejor futuro, vino a quedarse en casa de una tía, terminó en casa de la abuela de su primer niño por tres años y siendo echada por problemas con el papá del mismo.
Pasó a vivir en una iglesia, para luego hacerlo con una amiga y luego nueva vez en una iglesia en un templo cristiano hasta llegar al lugar donde reside hoy, todo eso con su bebe a cuestas, al que donde sea que deba ir lleva en un coche en mal estado o cargado.
“Lo que yo anhelo es tener un lugarcito mío”, manifestó Lisbeth, quien para este diciembre tambien desea tener una feliz Navidad. Nayely Reyes/Listín