Por Eloy Alberto Tejera
A los 22 años de edad Elier Abad vivió de unas experiencias más traumatizante que puede sufrir un ser humano: la de ser inmigrante que pretende entrar ilegalmente a los Estados Unidos. Como todo el que quiere dejar su tierra estaba claro el motivo: el económico, deseos de progresar, porque aquí en el país, apenas devengaba un salario de 26 mil pesos mensuales.
Pero el viaje lo aceleró un motivo: su novia había emigrado y no quería estar sola. Y ahí empezó una historia donde el dramatismo la atraviesa desde el inicio, ya que ideó una estratagema: como tenía una lesión en un pie, pidió un permiso médico, para que en caso de que se abortara el viaje poder volver a su trabajo. Lo calculó con frialdad, eso confiesa.
Buscar una visa, nunca pensó fuese una alternativa, ya que a todos sus compañeros de trabajo se la negaron. Pero incentivo tenía: alrededor de 13 o 14 miembros habían logrado llegar a Estados Unidos, en el sueño americano ya participaban.
– La vuelta es irse por México, le había dicho un amigo.…
Hizo el trámite, y el viaje iniciaría el 11 de noviembre y durante toda una semana logró conseguir alrededor de 5 mil dólares, sin importar que tenía una lesión en la pierna, que se había agravado, pues “se había apretado más de la cuenta los tenis para que la lesión fuese más contundente y lograr el permiso en el trabajo”.
Fue así que el miércoles fue a trabajar y ya había comprado el ticket, y ya el jueves estaba en el aeropuerto con el ticket que había comprado para partir hacia Colombia. Avianca era la línea área y en Cali sería la escala, y algo que notó de inmediato es que allí en el aeropuerto había una gran cantidad de dominicanos.
Y desde allí se va a El Salvador, donde se encuentra con un amigo, desde donde se dirige a la frontera con Honduras.
El Salvador
Define su estancia en el Salvador como buena, pues allí contacta con amigo para dirigirse a la frontera de Salvador con Honduras.… “Ahí llegamos como a las once de la noche…había muchos militares, hay pocos delincuentes. El taxi cobró 100 dólares, que para ellos es muchísimo dinero.
Allí es de noche cuando llega su amigo y lo llevó a una calle sin salida y le dice, a pesar de que estaba oscuro, que se tire, que allí le ayudarán a cruzar la frontera: “eso estaba oscuro, muy oscuro, pero nos fuimos sin miedo alguno, nos entregamos a esas gentes sin conocerlo”, dice Abad.
“Había piedras, matas, alguien nos pitó que en el puente estaba migración… Cruzamos el río, le quitaron los bultos, estaba frío. Duramos 20 minutos caminando y ya estábamos en Honduras, donde botamos la ropa.
Desde ahí, en media hora, llegó el taxi para cruzar de Honduras a Guatemala, eso nos tomó 35 minutos. Entonces cruzamos una loma y nos montamos en dos motores para llegar a la frontera Honduras y Guatemala.
En ese lugar se sorprendió, pues se topó con miles y miles de inmigrantes de todos los lugares del mundo. Es cuando le entregan el pasaporte que deberá mostrar en el trayecto cuando la policía los pare en Guatemala.
En Guatemala, cuando llegó, estaba prendío en fiebre, producto del frío y el sereno que había cogido. Estaba en una casa albergue, pero cuando se comunica con su familia no le dice la situación que está viviendo ni lo que está pasando para llegar la tierra prometida.
Cocina arroz con huevo y convive con personas de todas las nacionalidades, la mayoría de ellos cubanos y nicaragüenses.
“Salimos a las 10:30 y nos montamos en guagua para pasar de Guatemala y ese día es retén y retén, pero ellos tenían todo preparado con los militares y el peaje que se les da a estos”.
La travesía sigue y es cuando de Guatemala parten a México en una especie de embalse, y el cual los lleva a una especie de vertedero… En el trayecto orinaba y defecaban en fundas.
En México lo montan en una guagua que va monteando y monteando hasta que llega a una finca.
Los sufridos haitianos
“Para cruzar un puente de madera ahí había como 800 personas, eso es carga gente, y gente, en ese monte hay cafetería, cuando me van a cruzar vienen una manada de haitianos, ellos andan juntos de 300 o 400 personas como caminando en maratón…los haitianos “no escuchan”, han fracasado en el camino porque ellos no escuchan y porque no hablan tu idioma y por más que los quieras ayudar ellos no escucha”, afirma.
Recuerda con pena que trató de ayudarlos, y les dijo: “no crucen que están los policías y los haitianos pa´lante y pa´lante…Migración agarró a todos los haitianos y, como son tantos, algunos cruzan…luego cruzamos nosotros”.
En Tapachulia
Cuando llegaron a Tapachulia en México la cosa empieza a cambiar, el panorama se torna favorable. Los taxistas tratan bien al inmigrante, sobre todo porque ganan mucho dinero. Ellos te graban en video para que tu familia sepa que has llegado sano y salvo.
Y luego dejan al inmigrante a un hotel, donde la policía no puede entrar a buscarlos. Desde allí el dominicano llama a su contacto de viaje, para que posteriormente lo lleven en taxi a un lugar, desde donde deberá abordar una bicicleta… “había chinos, alemanes, rusos… había de todos los países, como 260 personas conté”.
Hacia San Pedro, México
El próximo paso era llegar a San Pedro, México, y ese trayecto era en yola que había que hacerlo. El muchacho estaba cobrando 380 dólares y ese día solo había 6 lanchas que comenzaron desde la 1 de la mañana a llevarse gente.
Hizo el cálculo que a ese ritmo iba a durar ahí cuatro días, por lo que le ofreció 200 dólares extra si los sacaba ese mismo día.
“Entre sueños recogí lo mío. Llegamos a una lomita donde hay lanchita… y nos tiramos por un barranco y caímos en la yola… y el tipo dice: los cuartos… yo pienso que llegaré en siete horas y duramos 12 horas, pues salimos a 3 de la mañana y llegamos 3 de la tarde…
En ese momento es que siente que el pie se le rajó y se le veía la carne, causada por el caliente del mar. En esa yola había 28 personas y asegura que en ese mar uno se cansa de ver yolas y yolas, y eso te permite que no te asustes.
Algo que lo conmovió fue que se topó con mujeres que lleven niños con tres meses de nacido y niños pequeños.
San Pedro
En este sitio, cambió dinero y comió pollo frito. Ese día habló con su familia. Allí conoció a una venezolana que perdió sus papeles y que trató de ayudar, pero allí también se dio cuenta de que los mexicanos tratan como perros a todos los inmigrantes, pues ellos están muy resentidos pues no pueden viajar, ya que de inmediato son devueltos.
Carpas
En estas conviven los inmigrantes, tienen alrededor de 2000 metros, allí hay miles, y es desde donde se espera a que vengan las yolas a buscarlos. Hay una lista que va de 650 a mil. Pero la gente se cubre en la carpa del sol y el sereno, y las personas que no tienen para pagar duermen en las calles, generalmente son venezolanos.
“Las venezolanas se prostituyen, su objetivo es cruzar como sea”, dice.
Pero la desgracia no se termina, las escenas dolorosas se perpetúan para este inmigrante, quien rememora que la yola que venía a buscarlos ese día se hundió y murieron cuatro nicaragüenses, los otros se salvaron porque sabían nadar.
“La vida es difícil”, dice filosóficamente.
Al otro día de hundirse la yola entregaron las cédulas y el día posterior les entregaron el permiso. “Compramos algunas cosas, tijeras y comenzamos a cocer mochilas, guardando dinero, cambiamos dinero para ir a ciudad de México. Es cuando traen permiso a las siete de la noche….
De San Pedro a Nueva México. Dos días.
Después que lo recogieron y lo montaron en un autobús, de algo se dio cuenta es que debía cruzar retenes y retenes, pues llegando a la ciudad está repleta de miembros de peligrosos carteles y el objetivo es evitar que los devuelvan, pues tendrían que pagar dinero para volver a hacer el trayecto.
Cuando los pararon, al principio pensaron que eran policías, pero no eran tales, solo dijeron que no les haría daño a nadie, que eran 500 pesos mexicanos por cabeza y que Dios les bendiga… a todos hombres, mujeres y niños, en su mayoría.
“Si alguien los para por ahí, díganles que los carteles ya los pararon”.
En caso de que no hubiesen pagado ellos mismos los hubiesen entregado a los policías.
Casi en la frontera
Ya casi llegando a la frontera, los montan en dos carros y les dice ya a dos cuadras de la frontera “cuando se desmonten corran hasta llegar a la calle, crucen con cuidado, ya Migración no les puede poner la mano, eso es lugar muerto, lugar de nadie”, dice uno de los contactos.
“Llegamos a hasta ahí, ya ahí hay 150 venezolanos, hay mucho frío, se te cuartea la piel de los labios….se nota la diferencia…cruzar el río Bravo, los venezolanos tienen eso arreglado. Ahí le doy 200 pesos a un venezolano para que me cruce y solté la mochila para que la atrape quien quiera”, recuerda.
Cuando ya estaba allí, la policía abraza a los inmigrantes, preguntan si eres dominicano, afirman qué bueno que son latinos, recomiendan ponerte mascarilla y cuando empiezan ellos a sacar el dinero escondido les dicen que son unos tígueres. “Ellos relajan con uno”.
Ya los aires han cambiado. En la prisión migratoria solo es cuestión de días (duró 11 días) para que él salga y se ponga en contacto con su novia y viaje hacia Washington, pese a que recuerda que aquí se violan algunas de los derechos que hasta en los carteles se los recuerdan: derecho a medicina y a llamar a sus familiares cada dos días.
De todo lo que ocurrió no quiere recordarse y, aunque asegura que el progreso allí se siente porque puede comprar vehículo en 2000 dólares y tener oportunidades, si se hubiese imaginado que pasaría tantas calamidades no se hubiese arriesgado a hacer el viaje y padecer esa pesadilla.