Hasta que Ayuso empezó a arrinconarles en Madrid, Moreno remató la jugada en Andalucía y el efecto Feijóo les mermó expectativas, la estrategia de Vox se basaba en una notable discreción. Sus asesores estilo Bannon debían de aconsejarles quietud, al contrario de las revoltosas extremas derechas europeas. Estando medio calladitos crecéis, pues seguid así.
La diferencia no es solamente táctica sino sociológica. El electorado de Le Pen, como buena parte del de Trump, proviene de las clases populares, antes inclinadas hacia la izquierda. El de Vox, en cambio, proviene de la derecha. Vox se fundó y creció como acicate ante la tibieza del PP.
El votante medio de Vox no está enfadado con el PP. Tampoco se considera víctima del voraz capitalismo que empobrece a los trabajadores. Es un votante más bien ideológico, que considera al PSOE un vendepatrias y observa no sin estupor que el PP no se alza, no se indigna, porque en el fondo el rumbo o la deriva de España no le parece mal.
Ya que, si algo une a los votantes de Vox, sean de la clase social que sean, es la firme convicción de que España, mucho antes que algo a gestionar, es un bien inmarcesible en peligro que hay que defender. No ya de los enemigos exteriores, ni del comunismo, ni de la masonería. Nada de eso. Hay que defenderla de quienes pretenden disolverla desde dentro, llámense nacionalistas o llámense revisionistas vergonzantes de su glorioso pasado, franquismo incluido.
Justo lo que hizo Feijóo nada más llegar: marcar un espacio, afirmar y reafirmar que España es cosa de dos partidos
El objetivo, el fin, la función histórica del nuevo partido no era otro que desacomplejar a la derecha, aguijonearla, ponerla en su sitio, o sea en el de Vox o muy pero que muy cerquita. De no haberse movido el PP hacia el centro y europeizado, de no haber aparcado vergonzosamente las esencias, Vox no hubiera llegado a nacer por falta de espacio ideológico.
Mientras Casado sostenía los mandos del partido, aunque nunca estuvo de veras al mando, proporcionaba alguna satisfacciones a VOX. En su ingenuidad y bisoñez, Casado creía que bastaba con dar un paso hacia el centro y otro hacia su derecha, alternándolos, para seguir por el camino recto. Sin caer en la cuenta de que el camino, si tal había, no se andaba yendo de una cuneta a la otra indefinidamente. Antes hay que definirlo.
Justo lo que hizo Feijóo nada más llegar: marcar un espacio, afirmar y reafirmar que España es cosa de dos partidos, que el camino del futuro está marcado, que es bueno, que es inamovible, que el PP pertenece a la gran familia conservadora europea con todas las consecuencias.
Si bien, a diferencia de muchos de sus partidos hermanos intransigentes con los intolerantes y fervientes partidarios del cordón sanitario, a Feijóo no le dolieron prendas a la hora de pactar con Vox. Las alarmas de los de Abascal ya habían empezado a sonar en Madrid. Se calmaron en Castilla y León, ya que Mañueco empezó a discursear como si no hubiera diferencias entre él y sus queridos socios, pero se volvieron a torcer en Andalucía con la mayoría absoluta de Moreno. La táctica de la discreción había llegado a su punto final y se despeñaba tal vez sin remisión.
Ahora y en consecuencia, no son pocos los que se extrañan del nuevo rostro de Vox, del griterío, de las manifestaciones, de los exabruptos y la exaltada gesticulación permanente. Váyanse acostumbrando. No se trata de un arranque pasajero, no es una rabieta del momento ni una reacción emocional. Al contrario, tiene toda la pinta de haber sido meditada, analizada, sospesada y planificada de antemano antes de ser ejecutada.
Si por ahí ya no vamos bien, pues donde había parquedad y reserva habrá vociferación. Donde compañerismo de las derechas, denuncia. Donde seguidismo, alternativa. Donde discrepancia, enmienda a la totalidad. El recrudecimiento del mensaje corre parejo a la decisión de mostrarse ante su potencial audiencia como la auténtica oposición al PSOE y sus socios, los grandes enemigos de España, es decir, los que amenazan su existencia y su ser.
No es que Vox haya dado un giro. Piensan lo mismo. Lo que ha cambiado es que lo mucho implícito que se guardaba ha empezado a explicitarse. Y a menos que los sondeos castiguen con severidad tamaña osadía, la novedad de este otoño no ha hecho más que empezar. Va para largo.
Se acabó la sumisión, desafío permanente
De modo que pueden escandalizarse tanto como gusten, desde la izquierda o desde el liberalismo, pero sería aconsejable guardar algunas reservas de su capacidad de escándalo y escandalera para cuando los mensajes de Vox empiecen a parecerse a los de Meloni y sus secuaces.
A la vista de que no saben cómo reaccionar, parece que en el PP no se lo esperaban. La manifestación de Colón del otro día, exitosa puesta de largo del nuevo Vox, también iba contra ellos. Se acercan las municipales, que no son terreno propicio para Vox. Todo parece indicar que al PP le van a ir bastante bien. Pero no por ello Vox va a dar marcha atrás.
Vox está eclosionando. Del estadio larvario de simple acicate al de adulto enfurecido que embiste. Se acabó la sumisión, desafío permanente. En el telón de fondo se entreleen tres letras: OPA. Por mucho que se lo proponga, la vuelta al Vox de antes no está en manos de Feijóo. Tampoco le conviene combatirlo. Todavía menos asumir el desafío sin moverse, sin reaccionar, ni siquiera pestañear.