Nadie puede negar que hemos nacido. Nadie puede negar que hemos ganado. Nadie puede negar que hemos perdido el vínculo.
Al filo, al filo de una pregunta, de una variante de lengua, de una variante histórica narrada aparece el acontecimiento. Amanece y anochece cada día. La tradición se nutre de sombras, giros subterráneos y es el mismo ritmo amanece. Otra variante empezando el día. El sol nace y luego se oculta. El sol danza, nadie puede superar tal hermosura en brillo, en luz, en claridad. Todo lo que toca resplandece. Es o se vuelve ilusión. Ilusión de lo traducible; lo intraducible es amargura y la tristeza se convierte en memoria y economía de la palabra. Sustituye el odio lo que nace de la historia. Sediento, el peregrino mata sus noches lentamente.
Lo puro no existe como sueño. Se purifica el interior del hombre. El odio y el rencor envenenan alma y geografía. Qué locura. Qué vana insensatez. El molde destruido corre detrás de la historia. Lo aceptable es indescriptible; es solo Dios. Todo es una ilusión, un pasar por la vida, un abrir y cerrar de puertas. Desaparecer. Volver al hacedor. Única, la voz única, la clave única, garganta única, entrada única. Entrada floreciente. Hombre terrícola, espíritu que vive, espíritu que vuela. Nada puede partir de su vida en signos, en vivo. Todo lo que dice el gusto en un sueño real y no real naufraga dentro de la historia. La navaja y la deriva dialogan entre ellos y ellas. Comentarios que no cambian el mundo, el nombre, la tierra, la casa del hombre y el filo de la navaja. Qué coincidencia, qué ironía: maldades y basura vuelan en la vida del cuerpo; el inocente y el humilde se encuentran en el rastro. Lo que se hace circula en el abismo, llega a ser historia, se convierte en ruido. Y lo que se hace ya no sobra; lo que se dice no es lo que se hace. Lo que se hizo ya está hecho. Todo comienza un maldito día: la maldad, un hombre mata a su mujer por celos. Todo pasa y nadie importa; nadie reconoce lo visible. El que te mira se hace invisible. Este mundo aún no está perdido. Sólo queda su recuerdo, su retrato, señales de sus actos, su imagen ya es olvido, consejos visionarios se convierten en llamados hechos y palabras. Ellas caen al vacío y desaparecen para siempre. Una hija queda sola. Camina sola por la calle se convierte en prostituta. Se vuelve objeto de uso y desaparece en la deriva. Punto, punto de la carne, punto del hechizo, punto en la ternura. Un hombre, aunque es tarde, se lamenta y piensa de lo bella que era su familia. Todo lo ocurrido lo arropa de oscuridad. ya o quiere vivir final abierto, la fiesta comenzó y el ánima baja y sube; se ríe de ella misma. Ritual de comelones, orilleros, cocineros, tunantes, vendedores, bebedores, periféricos, hartones, bufones, allí están los bufones. Todos a cantar la burda comilona; guisos y gustos que abominan de la esfera musical con innoble cucharón que crea el eructo. Eco de perfiles y remates “pedorreicos”, infiltrados dentro de la gula como agentes y vapores. Peste visceral que no anima la noche de los bufones. Aguda, la piedra en la vesícula trastorna el organismo. Pasmos y espasmos de liturgias matutinas. El loco arrimado a la olla, sonámbulo. Epifanio el barrigón y comelón, como loco protestón, pianísimo su cuerpo ante la fiesta de la forma: rullidero de cebollas y terrenos transitados; costillas de angelotes clamores imperfectos; cuenca de asteroide; vicio del planeta. El torrente de morcillas y cebollas en la boca gimiente de pájaros y demonios; torva fase al límite del monstruo. Toda especie taciturna refleja soledad; clama por la vida y por la muerte. Estímase infeliz y chamuscado. Insulario que accede a la palabra memorial cubierta con la mano del poeta. El amor no niega; más bien regresa a sus orígenes. Ágape y el santo sacramento es derribado por el tono de la voz que se dilata. Mínimo rebote que apuesta a revertir la historia, santa alegoría constelada; vicio de planeta. La línea serpentina agiganta el hoyo. No hay historia que contar. La nave no detiene su horizonte. Y entonces, el viaje de regreso aspira a los orígenes, al odio del cadáver; surcos de huesos. Muertos sin la gloria de estar muertos. Vigilan barrigones virulentos; utilizan cuchillos de cocina y cortan dedos de sierpe envenenada; feroz cantidad de piel enardecida; carne y despilfarro. Vírgenes piadosamente cubriendo sus formas y esqueletos; sudan toneladas de guijarros. La soga del ahorcado, órbita solemne, señal del circo de corte; conquista, ceremonia del pontífice recrea su mirada trapera: toletero, galletero, pajero impenitente. No muere y vive en el crepúsculo el padre nuestro que deambula por el tacto; proterva cuita, la soga del ahorcado, viborezno agresivo que duda de tinieblas, intimidades imperfectas que oponen todo amor a tempestades… Es la cercanía, la apoplejía guerrera; es la vitamina o la “quimio”. Uno se quilla cuando de repente alcanza los abismos; abismos sacrosantos, criaturas diabólicas copulando en menoscabo del murciélago. Pertinaz gruñón que grita su quebrado nacimiento y agua y agua y agua abajo. Lágrimas, misterios, gordura dice, ponérmelo, ponérselo: expreso mineral que de tinieblas se agiganta. La bruja se desnuda; la bruja que cocina en la olla de un infierno y una memoria del presente.
Pero es la cosa, la casa, el engranaje, el agujero negro que narra el mundo, el universo del ojo que acapara la página, el instrumento iniciático donde el gallo ha muerto abatido por la sangre, por la mano transgresora del enigma, del espanto del conclave, del ritual cotidiano; línea y horizonte que mueve en la página, verdad Edad del mármol suspendido en la garganta de la noche, desfase del equinoccio, brújula que el mar asegura en su trayecto. Entonces podemos decir: la rosa, la llamada rosa de los tiempos y en caminos; la que cuenta su propia fábula, su espeso nombre, su propio cuerpo mágico adherido al día; primigenia creación del buque de los cielos. Se reconoce la rosa mítica en plexo lunar; voz que en negrísimo ocultamiento se aleja del modelo de ríos, huellas y superficies pedregosas; cuevas sigilosas, corceles en las nubes, árboles sinuosos que hablan en los días furibundos. Boca que se abre al tiempo. Boca que expulsa las palabras y el velamen mortecino. Heredad, esquina de un cielo amortajado; poblaciones indefensas, fuerza y equilibrio del círculo secreto. No más edad, no más revuelo, no más heridas, no más sombras. Piélago es la fábula. Piedra es el temor. Metal es la condena, hechizo es la corona. El vigilante oculto mira su paisaje. Participa del asombro. Nacen y mueren los signos de la esfera. No traduce el libro la sustancia. La página dialoga con la vida y con la nada; ápice maldito que envejece en la pérdida del tiempo; sitio donde cae el surco y la vigilia. Nadie puede negar que hemos nacido. Nadie puede negar que hemos ganado. Nadie puede negar que hemos perdido el vínculo. Se impone en el extremo resbaladizo la hora, la hora prima hora; cálculo y presencia del dios en su prisión lejana. Reloj de príncipe y esferas. Estómago del día. Aire que no cesa de empujar el cuerpo y el silencio; triunfo de la oruga que aspira a ser vencida por dentro de esta guerra. Encontramos la cifra mal herida. El golpe donde la voz acusa el cuerpo y allí la pradera oscura y clara al mismo tiempo nos cuenta su verdadera historia