Eloy Alberto Tejera/Santo Domingo.- La violencia que se vive en el país alcanza a todos los niveles. Sociólogos, siquiatras, especialistas de la conducta más diversos han dicho que el dominicano cada día está más viento, irascible y que explota o estalla ante cualquier situación por nimia o insignificante que sea. La tolerancia es cuestión del pasado.
Hay quienes han expresado que la violencia colectiva se ha incrementado luego de la pandemia de la covid-19, situación que dejó la salud mental de forma calamitosa a nivel mundial.
Gente con problemas económicos, de salud, amorosos, de depresión, confluyen en los espacios públicos, y en estos lugares, el metro, el parque, la fila en el supermercado o en el banco, los estacionamientos, las avenidas y las calles, son los lugares en donde surgen los conflictos, la violencia.
La siguiente es una crónica que relata lo que ocurre en el día a día en el metro, en el autobús público donde un roce, una palabra, una mirada, el ansia de obtener un asiento, degeneran en un pleito, una agresión verbal o física, que pueden tener consecuencias funestas para cualquiera de los protagonistas.
A las 10:00 de la mañana el autobús de transporte público de la OMSA de la ciudad Juan Bosch para dirigirse, por la avenida Ecológica, hacia el metro, ubicado en la San Vicente con Avenida Mella, recoge sus primeros pasajeros.
El acondicionador de aire no está funcionando en el autobús y a pesar de que las ventanillas están abiertas, los pasajeros a medida que se va llenando el autobús van sudando la gota gorda. Como un típico día de semana, a los quince minutos de haber arrancado ya el autobús está casi repleto.
Entre conversaciones, murmullos, jóvenes, ancianos, mujeres y hombres, se acomodan, los más afortunados y que han logrado conseguir un asiento vacío.
El primer conato de violencia o desavenencia se produce cuando una mujer discute con otra porque ésta le está guardando un asiento a una persona que se montará en una parada próxima. Ambas se ensalzan en dimes y diretes. Finalmente, la mujer logra sentarse, mientras le increpa a la otra que ese es un autobús público, y le dice que si quiere guardar asiento que se monte en un taxi.
La gente opina, se dividen los criterios, pero ganan los que piensan que es improcedente que alguien se ponga dizque a guardarle un asiento a otra.
- Esa es una bárbara, dice un señor que se define como un empleado público.
Otro dice que la guagua va lenta, que llegarán a Megacentro cuando ya se haya hecho ya de noche, y condimenta esta opinión con uno que otro chiste.
Entonces llega el momento en que una mujer se para, y otra se dispone a sentar, la cual es interceptada por la que tiene el asiento que da la ventanilla. Esta considera que es justo que se siente la que desde hace un tiempo está esperando a que se desmonte alguien. La otra afirma que eso no es así, y trata de sentarse.
Ambas mujeres, una más joven, la que trata de impedir la acción, la otra más alta y de más edad, se sacuden, mientras van subiendo el tono de voz. Varias personas tratan de intervenir mientras la temperatura del autobús y de las mujeres adquieren mayores niveles.
Gritos, voces, murmuraciones, todo el autobús es un pandemónium hasta que logran separar a ambas mujeres. No obstante, finalmente ambas se sientan una al lado de la otra. Y los comentarios no se hacen esperar, las miradas, los criterios.
Pero si usted que sigue esta crónica cree que todo quedó ahí, está muy equivocado, porque no bien habían pasado unos diez minutos, cuando la mujer más joven alzó la voz y le dijo a la otra que no permitiría que la filmara, lo que origina que se ensalcen en otra discusión fuerte y un manoteo efímero.
Pero, ya advertidos del pasado pleito, varias mujeres llaman a la paz, invocan a Cristo, mientras otras más prácticas y diligentes optan por separarlas. La más joven abandona el asiento como quien abandona una zona de combate. Luego con su cara fresca como una lechuga se pone a escuchar su celular y a bailar, mientras la otra da explicaciones a otras personas, y asegura que tiene derecho a usar su móvil como le dé las ganas y que no estaba filmando a nadie.
-Filmeme a mí que no me importa-.
Eso grita una mujer mientras llama a ambas mujeres a que muestren civismo.
Si la sangre no llegó al río, no crea que esto sucede así siempre, ya que hay que recordar que, en una misma de estas de guaguas de la OMSA, que hace el trayecto Ciudad Juan Bosch hasta el metro, un hombre mató a otro en medio de una discusión.
Mientras la mujer joven se desmontó sin mirar atrás como si no hubiese pasado nada, cinco minutos más tarde la mujer más adulta también pide una parada y cuando se levanta, además de un rostro adusto y serio, exhibe un cuerpo luminoso y que atrae algunas miradas de los hombres jóvenes.
El autobús hace su última parada a las 11:05 a.m., ha llegado a Megacentro y en ese momento la gente sale más calmada y serena, no obstante, hay quien celebra y hace chistes en torno de que salió vivo de aquel ring andante, mientras una señora al que se le deben calcular unos 60 años, pide que busquen a Cristo, que es el único que puede salvar las almas perdidas de este mundo.